22 de diciembre de 2013

Rojo Corazón

Deambulando por el jardín de la rectoría, en su paseo vespertino, andaba el enérgico Padre Shawn. Era un día frío, muy húmedo, del negro mes de Noviembre. Tras la llovizna, el rocío se había posado en cada tallo, en cada espina, como un sudor helado. Elevándose en espiral desde la tierra mojada, una neblina azul colgaba apresada en una oscura maraña de ramas, como una garza fabulosa.

Arrancando súbitamente de su soledad, con el cabello erizado por el miedo, el párroco percibió un fantasma materializándose entre la niebla.

“¿Tú?”, dijo el Padre Shawn al espectro que ondulaba frente a él, orlado de gasa, oliendo a madera quemada. “¿Qué vienes a hacer aquí? A juzgar por tu palidez, diría que habitas en el páramo helado del infierno. Aunque por tu mirada de asombro, por tu semblante, parece que acabas de salir del cielo…”

Con la voz forrada de escarcha, dijo el fantasma al sacerdote: “No frecuento ninguno de esos páramos. La tierra es mi morada.”

“Anda, anda”, replicó el Padre Shawn impaciente. “No quiero que me sueltes ese rollo ridículo acerca de las harpas doradas y llamas atormentadas, sino que me cuentes qué clase de epílogo le puso dios a tus días. ¿Tanto te cuesta satisfacer la demanda de este viejo loco?”

“En vida, el amor royó mi carne hasta los huesos. Y lo mismo que hizo entonces, hace ahora: Carcomerme sin cesar.”

“¿Qué amor”, le preguntó el Padre Shawn, “sino el amor excesivo por la imperfecta carne terrenal podría causar semejante aflicción? Ciertamente, una condena pesa sobre ti. Creyendo que nunca dejarías este mundo, penas ahora como cuando vivías, consumido en ese tormento para expiar como sombra el pecado que cometiste como hombre ciego.”

"El día del juicio aún no ha llegado. ¡Hasta entonces, una vasija de polvo es mi hogar!"

“Querido espectro”, gritó impresionado el Padre Shawn. “¿Será posible tanta obcecación? Un alma presa de su fiebre, aferrándose a su tronco muerto, como una hoja azotada por la tormenta. Mejor harías en someterte al juicio del más alto tribunal y suplicar su gracia. Arrepiéntete, y acude a él, antes de que el crucifijo del triunfo divino rasgue los cielos.”

Desde la pálida neblina, el fantasma juró al sacerdote: “Aquí no hay más alto tribunal que el rojo corazón de un hombre.”

2 comentarios:

  1. Había escrito, pero no sé si ha salido.

    Decía que me encanta ese final porque es muy cierto...

    Un beso grande :)

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  2. A mi no me acaba de gustar mucho como ha quedado este relato

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