30 de marzo de 2014

Chico Maravilla

Un comentario de Haydeé en la entrada anterior, me ha causado una profunda duda existencial. ¿Si fuera un Jedi, sería de los buenos o pertenecería al lado oscuro de la fuerza…? Difícil respuesta. Porque en estos tiempos convulsos, ¿Cómo saber qué está bien y qué está mal?

Yo, si una cosa tengo clara, es que la próxima vez que me pusieran una multa de velocidad, le lanzaría un rayo al radar. Y que en verano, cuando duermo con la ventana abierta y pasa una moto de madrugada despertando a todo el vecindario, le daría un golpe con mi fuerza mental Jedi y lo tiraría al rio. ¿Eso es pertenecer al Lado Oscuro? ¡No! Yo lo veo como la versión contemporánea de Sir Lancelot. Que aparte de liarse con la Reina Ginebra, impartía divina justicia por las bastas tierras de Camelot.

Sigamos desvariando amigos…

¿Alguna vez habéis pensado en ser un superhéroe? ¡Yo, si! Me llamaría “El Chico Maravilla” Y cuando la damisela de turno me pregunte: “¡Oh, Chico Maravilla! ¿Qué tienes de maravilloso a parte de tu evidente belleza, inteligencia y humildad?” Yo respondería con picardía: “¿De verdad quieres saberlo pequeña?” Ejem… que me pierdo. Volvamos al tema.

Todo superhéroe necesita un traje, uniforme o disfraz. Como lo queráis llamar. ¡Y El Chico Maravilla no va a ser menos! Quiero un traje cómodo y barato. Cómodo, porque no quiero picores o roces molestos mientras combato el crimen. Y barato, porque estamos en crisis y el coche del Chico Maravilla gasta mucha gasolina. Así que llevaré mi pijama azul marino, una capa en raso granate con purpurina que le pediré prestada al hermano Drag Queen de Superman, y unos calzoncillos amarillos por encima del pantalón que marquen paquete paquetón, a la vez que den un contrapunto divertido al disfraz.

De todas formas, tener un nombre pegadizo y un traje molón, solo me servirá para salir en la MTV cantando “El Rap Navideño del Chico Maravilla” Yo lo que realmente quiero es cambiar el mundo. Pero cambiarlo para mejor. Si solo fuera cambiarlo, bastaría con destruir el sol y condenar a la humanidad a una noche eterna, alumbrada por esas horribles farolas de luz amarilla pálida.

Para mejorar el mundo necesito dos cosas. La voluntad de hacerlo, que ya la tengo, y un superpoder. ¡E aquí el gran problema! ¿Qué superpoder elegir? Parece una tontería, pero es importantísimo. Ser super-obeso, super-desagradable o super-apestoso, no me va a ayudar en absoluto a salvar el mundo.

Podría elegir ser invisible. Sin embargo, tal y como yo lo veo, este superpoder solo puede ser usado para hacer el mal. Espiar, robar, gastar bromas pesadas… etc... ¡Supervelocidad! Este poder es interesante si huyes de tu boda. Pero en el resto de los casos, solo te garantiza contemplar en primera fila una catástrofe. Volar. Me gustaría poder volar, aunque solo fuera para evitar los semáforos y por la sensación de libertad. Sin embargo, ¿de qué me serviría poder volar en medio de un huracán? ¡De nada! Salvo que quiera ser absorbido por la centrifugadora más grande del planeta. Otra opción sería tener visión de Rayos-X. Poder que todo hombre desearía poseer para ver las turgentes carnes de las féminas que en primavera tanto nos aceleran.

¡Error, afirmación trampa! Con Rayos-X, lo que se vería serian sus huesos. Cosa que en absoluto me apetece. Y además, no creo que este superpoder me sea muy útil cuando esté luchando contra el Doctor Muerte en Isla Calavera. ¡Ríndete Doctor Muerte! ¡O veré tus huesos!... Mal poder... Poco disuasivo.

Está visto que esto de ser un superhéroe es más complicado de lo que yo pensaba. Así que mientras decido cual será mi superpoder, meteos en líos de los que podáis salir por vosotros mismos. ¡Que la fuerza os acompañe!

22 de marzo de 2014

Deformación profesional

De niños, solían preguntarnos qué queríamos ser de mayores. Unos querían ser bomberos, otros futbolistas y el especial de la clase domador de leones. Yo recuerdo haber pasado por varias fases destacadas.

La primera fue atracador de bancos, al estilo de Bonnie y Clyde. Me gustaba y me gusta el estilo de los locos años 20. El corte de los trajes, los sombreros, la clandestinidad, esos señoriales Ford o Buick, huir de la policía a tiro limpio con medio cuerpo descolgado por la ventanilla Thompson en mano. Podría haber sido un gran fugitivo… no habría llegado a viejo pero hubiera sido intenso.

Después sufrí la fase rockera influenciado por: Ac/Dc, Led Zeppelin, The Who, Red Hot Chili Peppers, The Doors, Black Sabbath,…  y algún otro que ahora no recuerdo. Mi nombre de guerra hubiera sido Shiryu. Como el caballero del zodiaco. Habría destacado por solos de guitarra de veinte minutos y por acabar destrozando la guitarra en cada concierto, quemando la habitación de cada hotel y liándola en todos los bares a los que fuera. No hace falta decir que el alcohol y el desfase hubieran sido mis compañeros de viaje.

De la fase rockera autodestructiva evolucioné y quise ser arquitecto. Un cambio tan drástico lo achaco a haberme sentado demasiado cerca del televisor durante años. O al haber comido algún que otro yogur en mal estado. Me fascinaba garabatear edificios y puentes que desafiasen a las leyes de la física. Carentes de aristas definidas, luminosos, excéntricos, con formas imposibles. Edificios que mirasen por encima del hombro al Taj Mahal o al Palacio de Versalles. Sospecho que ninguno de ellos hubiera sido capaz de mantenerse en pie… pero a quien le importa. En mis sueños se erguían orgullosos.

Después me sedujo la vida bohemia del escritor. Vivir en una casa rústica en medio de la montaña. Beber directamente de una petaca de acero pulido, abrigado por un grueso jersey gris de cuello alto, viviendo desesperado por encontrar la inspiración que permitiera culminar mi gran obra. Aunque lo combinaría con la investigación de extraños sucesos paranormales que desentrañaría, no sin antes, haber dado un par de caladas a mi pipa de investigador / escritor.

Y todo esto, para acabar estudiando una Ingeniería y trabajar en una empresa instaladora de sistemas de seguridad.

Pero a lo que voy. La vida debe ser una sucesión de sueños que nos entusiasmen y alimenten nuestro espíritu, que nos hagan ilusionarnos y crecer. Por eso, yo ahora quiero ser buscador de oro en Alaska. ¿Quién me acompaña?

1 de marzo de 2014

Fallen

La primera vez que quise vender mi alma tenía catorce años. ¿Qué quería a cambio? El amor de mi profesora de música.

Sin ninguna duda, uno de los seres más perfectos y bellos que ha dado el mundo. Delgada, ojos verdosos, labios finos, rostro redondeado y una preciosa melena oscura un tanto rizada que nacía de un flequillo recto y abundante hasta las cejas. Solía llevar vestidos estampados de estilo Indie y diademas en el cabello. Pero lo que más me maravilló fue su aspecto de niña buena y dulce. Aunque lejos de las aulas, vivía como un torbellino alocado y bohemio. No me avergüenza reconocer que fue mi primer gran amor...

..., la última vez que supe algo de ella, fue por segundas personas. Me estremecí al enterarme que tenia problemas con las drogas y que andaba liada con un camello de poca monta. Una autentica tragedia... parece un mal sueño que aquel ángel haya acabado en los infiernos.

Tal vez...

Tal vez no exista esa mujer con la que yo soñé,
no exista esa persona para compartir,
paso cada día por el cielo
con la excusa de buscarte y así bajarte hasta aquí.

Tal vez las cosas no funcionan como yo pensé,
las rosas ya no sirven para convencer
sigo siendo un niño enamorado de esa chica
que he buscado y que jamas encontraré.