25 de diciembre de 2013

Justicia

Abbi era la mujer más maravillosa que jamás he conocido. Lo tenía todo. Y cuando digo todo, me refiero a ‘todo’ con mayúsculas. Era preciosa, una autentica hermosura. Sin embargo lo suyo no era una belleza al estilo de los calendarios del Play Boy, era una belleza imperfecta aunque plena en su armonía. Tanto, que cuando íbamos a algún lugar, me miraban y pensaban qué hacia un tipo como yo con una chica así. Cosa que me hacía sentir insignificante, aunque por otro lado alimentaba mi ego. Pero no solo destacaba por su apariencia. Era simpática. Divertida. Ingeniosa y bromista. Inteligente, pero no inteligente de libro ni de insulsos conocimientos, inteligente en cuanto a talento.

Durante tres años fuimos inseparables. El día nacía al verla y acababa al despedirnos. Adoraba su pequeña nariz respingona y como la arrugaba cuando no entendía algo. ¡Mira si han pasado años!, y todavía echo de menos su voz y su mirada de cordero degollado cada vez que quería convencerme de cualquier tontería.

Cuando creía no poder ser más feliz, todo se fue al infierno. El sonido de las sirenas rompió la calma de la mañana del trece de diciembre. Me asomé a la ventana para ver qué sucedía. Al fondo de la calle, en frente de la casa de Abbi, vi dos coches de policía y una ambulancia en medio del jardín. ¡Se había suicidado! Así, sin más. La tarde anterior la habíamos pasado juntos recorriendo Central Park. Y veinticuatro horas después, se había cortado las venas en la bañera. Nunca nada me hizo sospechar que tuviera algún problema grave. Ni mucho menos en este trágico final. Aunque ahora, mirándolo con el poder que da conocer los hechos, veo esa inmaculada normalidad como un grito sordo de socorro…

Su padre fue arrestado, juzgado y condenado a cadena perpetua… por algo innombrable. Seis meses después, en la apelación, fue puesto en libertad por un defecto de forma en la instrucción del juicio. Pero las cosas no iban a quedar así. Me juré a mi mismo llevar la justicia donde ésta había fracasado. Tras varias semanas fisgando en el buzón de la familia de Abbi, al fin encontré lo que buscaba. Una carta del padre en la que le pedía mil perdones por sus actos. Y lo más importante, su dirección de Los Ángeles en el remite. Directamente fui al banco y saqué cinco mil dólares con los que comprar un Cold 45. En cuanto me lo entregaran tenía decidido viajar en tren a Los Ángeles, ir a su casa, llamar a la puerta, y al abrirla, pegarle un tiro en el estómago y quedarme frente a él para contemplar cómo se desangraba. 

4 comentarios:

  1. Vale, creo que añadiré a mi lista de cosas buenas de este año tu comentario, y haber encontrado tu blog.. Sin dudarlo!
    Sobre esta entrada en particular.. me has dejado sin palabras. Un comienzo tan increíble, y un final tan desgarrador. Justo las historias que me encantan.

    Me encanta este mundo, me quedo por aquí!
    Espero leerte pronto :)

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  2. Solo puedo contestar una cosa: :)
    Te enlazo en mis blog seguidos

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  3. Impresiona... Tiene que ser terrible que se suicide alguien muy cercano.

    Quizá... si de fuerzas para cargarse a alguien.

    :)

    Me gusta mucho como escribes

    Besos

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